lunes, 5 de mayo de 2008

LA INTELIGENCIA MEXICANA

OCTAVIO PAZ
La historia nos sirve para observar y utilizarla como experiencia para no caer en los mismos tropiezos del pasado, pero parece ser que hemos hecho caso omiso a ella, no hemos aprendido nada de ella.

México se define como negación de su pasado. Su error, como el de los liberales y positivistas, consistió en pensar que esa negación entrañaba forzosamente la adopción del radicalismo y del clasicismo franceses en política, arte y poesía. La historia misma refuta su hipótesis: el movimiento revolucionario, la poesía contemporánea, la pintura y , en fin, el crecimiento mismo del país, tienden a imponer nuestras particularidades y a romper la geometría intelectual que nos propone Francia.

Para obtener una buena educación se debe dejar la imitación o adaptación de formas universales, se debe buscar y modelarse a las necesidades del hombre de acuerdo a su entorno, donde se reconozca y se sobrepase así mismo.
Los nuevos maestros no ofrecen a los jóvenes una filosofía, si no los medios y las posibilidades para crearla. Tal es precisamente la misión del maestro.

Toda la historia de México, desde la Conquista hasta la Revolución, puede verse como una búsqueda de nosotros mismos, deformados o enmascarados por instituciones extrañas, y de una forma que nos exprese.
La Revolución fue un descubrimiento de nosotros mismos y un regreso a los orígenes, primero; luego una búsqueda y una tentativa de síntesis, abortada varias veces; incapaz de asimilar nuestra tradición, y ofrecernos un nuevo proyecto salvador, finalmente fue un compromiso. Ni la Revolución ha sido capaz de articular toda su salvadora explosión en una visión del mundo, ni la “inteligencia” mexicana ha resuelto ese conflicto entre la insuficiencia de nuestra tradición y nuestra exigencia de universalidad.

Nuestras ideas, así mismo, nunca han sido nuestras del todo, sino herencia o conquista de las engendradas por Europa. Una filosofía de la historia de México no sería, pues, sino una reflexión sobre las actitudes que hemos asumido frente a los temas que nos ha propuesto la Historia universal: contrarreforma, racionalismo, positivismo, socialismo.

Los mexicanos no hemos creado una forma que nos exprese. Por lo tanto, la mexicaneidad no se puede identificar con ninguna forma o tendencia histórica concreta: es una oscilación entre varios proyectos universales, sucesivamente trasplantados o impuestos y todos hoy irreversibles. La mexicaneidad, así, es una manera de ser y vivir otra cosa. En suma, a veces una máscara y otras una súbita determinación por buscarnos, un repentino abrirnos el pecho para encontrar nuestra voz más secreta. Una filosofía mexicana tendrá que afrontar la ambigüedad de nuestra tradición y de nuestra voluntad misma del ser, que si exige una plena originalidad nacional no se satisface con algo que no implique una solución universal.

La Revolución mexicana nos hizo salir de nosotros mismos y nos puso frente a la Historia, planteándonos la necesidad de inventar nuestro futuro y nuestras instituciones. La Revolución mexicana ha muerto sin resolver nuestras contradicciones. Después de la Segunda Guerra Mundial, nos damos cuenta que esa creación de nosotros mismos que la realidad nos exige no es diversa a la que una realidad semejante reclama a los otros. Vivimos, como el resto del planeta, una coyuntura decisiva y mortal, huérfanos de pasado y con un futuro por inventar. L a Historia universal es ya tarea común. Y nuestro laberinto, el de todos los hombres.

No hay comentarios: