CARLOS MONSIVÁIS
Una consecuencia inmediata de la Revolución: la pérdida provisional de las fuentes de sustentación cultural (civilización europea), lo que se acrecienta con la Primera Guerra Mundial. A resultas de lo anterior, de las continuas reverberaciones de la lucha armada, de las nuevas necesidades adaptativas, surge en las élites el interés por descubrir la esencia o la naturaleza del país, interés que-originado en el romanticismo-se había limitado durante la dictadura.
Vasconcelos declara su propósito y su ideal: Educar es establecer los vínculos nacionales.
El plan de Vasconcelos incluye:
1.-La educación concebida como actividad evangelizadora que se efectúa a través de las misiones rurales que predican literalmente el alfabeto y despiertan una efectiva, así sea mínima, conciencia cultural.
2.-Campañas contra el analfabetismo. Adopción de los principios de la “escuela de la acción” del norteamericano John Dewey.
3.-Difusión y promoción de las artes. Se funda un departamento de Bellas Artes cuya obligación es multiplicar, pedagógicamente, el entusiasmo por la pintura, la escultura, la música y el canto.
4.-El primer contacto cultural programado con el resto de la cultura latinoamericana y la española. Hay un mensaje: Por la (nuestra) raza debe hablar, efectivamente el espíritu.
5.-La incorporación de la minoría indígena a la nación a través de un sistema escolar nacional (primeros son mexicanos, luego indígenas).
Para Vasconcelos , finalmente, el nacionalismo es el Espíritu apoderándose y transfigurando una colectividad.
Una tendencia dominante del nacionalismo cultural en la década del veinte lo afirma: la amenaza(no económica sino moral) de los imperialismos impide criterios selectivos: urgen valias contra la infiltración, inventarios de nuestro patrimonio, aproximaciones beligerantes a los valores propios. Ya después vendrán universalidad y coherencia.
El descubrimiento fue también una invención, una proyección publicitaria, una función política del Estado. Al ser exaltación del Pueblo y utopía transmutada en parte, el muralismo resultó, a un tiempo, mitografía y mitomanía. Por un lado, el regreso (disfrazado) del Culto al Progreso del positivismo.
El muralismo-el hecho en sí y la incesante propaganda en torno-ha sido uno de los fenómenos más conmovedores de una sociedad necesitada de afirmaciones externas e internas, a la caza de orgullos y reivindicaciones, urgida del reconocimiento de los suyos en el extranjero y requerida de estímulos internos, de las confirmaciones del bienestar que sólo los seres excepcionales proporcionan.
Obregón y Calles cambian las reglas del juego. Adviene la estrategia del caudillismo: concentración y retención unipersonales del poder. Los partidarios del nacionalismo cultural se van enfrentando al aprovechamiento inmediato de la mística, que se traduce en apoyos o consagraciones del aparato político en turno. Y deben ir aceptando también que el freno de cualquier proyecto ideal es la extensión y el contagio de la corrupción, garantía de una base social amplisima para el régimen, expediente “orgánico” que, para abandonar la barbarie, ofrece el sistema.
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