SAMUEL RAMOS
“EL PELADO”
Para descubrir el resorte fundamental del alma mexicana fue preciso examinar algunos de sus grandes movimientos colectivos. Platón sostenía que el Estad
o es una imagen agrandada del individuo.Para comprender el mecanismo de la mente mexicana, la examinaremos en un tipo social en donde todos sus movimientos se encuentran exacerbados, de tal suerte que se percibe muy bien en el sentido de su trayectoria. El mejor ejemplar para el estudio es el “pelado” mexicano, pues él constituye la expresión mas elemental y bien dibujada del carácter nacional. No hablaremos de su aspecto pintoresco, que se ha reproducido hasta el cansancio en el teatro popular, en la novela y en la pintura. Aquí solo nos interesa verlo por dentro, para saber que fuerzas elementales determinan su carácter. El “pelado” pertenece a una fauna social de categoría intima y representa el desecho humano de la gran ciudad. En la jerarquía económica es menos que un proletario y en la intelectual un primitivo. La vida le ha sido hostil por todos lados, y su actitud ante ella es de un negro resentimiento. Es un ser de naturaleza explosiva cuyo trato es peligroso, porque estalla al roce más leve. Sus explosiones son verbales, y tienen como tema la afirmación de si mismo en un lenguaje grosero y agresivo. Ha creado un dialecto propio cuyo léxico abunda en palabras de uso corriente a las que da un sentido nuevo. Es un animal que se entrega a pantomimas de ferocidad para asustar a los demás, haciéndole creer que es más fuerte y decidido.No debemos, pues, dejarnos engañar por las apariencias. El “pelado” no es ni un hombre fuerte ni un hombre valiente. La fisonomía que nos muestra es falsa. Se tarta de un “camuflage” para despistar a él y a todos los que lo tratan.

EL MEXICANO DE LA CIUDAD
La nota del carácter mexicano que más resalta a primera vista, es la desconfianza. Tal actitud es previa a todo contacto con los hombres y las cosas. Se presenta haya o no fundamento para tenerla. No es una desconfianza de principios. Se trata de una desconfianza irracional que emana de lo más íntimo del ser.El mexicano considera que las ideas no tienen sentido y las llama despectivamente “teorías”, juzga inútil el conocimiento de los principios científicos. Parece estar muy seguro de su sentido práctico. Pero como hombre de acción es torpe, y al fin no da mucho crédito a la eficacia de los hechos. No tiene ninguna religión ni profesa ningún credo social o político. Es lo menos idealista posible. Niega todo sinrazón ninguna, porque él es la negación personificada.Nuestro conocimiento de la psicología del mexicano sería incompleto si no comparásemos la idea que tiene de si mismo con lo que es realmente. Quisiera ser un hombre que predomina entre los demás por su valentía y su poder. La sugestión de esta imagen lo exalta artificialmente, obligándolo a obrar conforme a ella, hasta que llega a creer en la realidad del fantasma que de sí mismo ha creado.
EL BURGUÉS MEXICANO
En esta última parte de nuestro ensayo nos ocuparemos del grupo más inteligente y cultivado de los mexicanos, que pertenece en su mayor parte a la burguesía del país.En el fondo, el mexicano burgués no difiere del mexicano proletario, salvo que, en este último, el sentimiento de menor valía se halla exaltado por la concurrencia de dos factores: la nacionalidad y la posición social.La diferencia psíquica que separa a la clase elevada de mexicanos de la clase inferior radica en que los primeros disimulan de un modo completo sus sentimientos de menor valía, porque el nexo de sus actitudes manifiestas con los móviles inconscientes es tan indirecta y sutil, que su descubrimiento es difícil, en tanto que el “pelado” esta exhibiendo con franqueza cínica el mecanismo de su psicología, y son muy sencillas las relaciones que unen en su alma lo inconsciente y lo consciente.Podemos representarnos al mexicano como un hombre que huye de sí mismo para refugiarse en un mundo ficticio. Pero así no liquida su drama psicológico.
LA CULTURA CRIOLLA
Un rasgo característico de la psicología mexicana inventar destinos artificiales para cada una de las formas de la vida nacional. Es cierto que nuestro europeísmo ha tenido mucho de artificial, pero no es menos falso el plan de crear un mexicanismo puro. Nunca toma en cuenta el mexicano la realidad de su vida, es decir, las limitaciones que la historia, la raza, las condiciones biológicas imponen a su porvenir.El europeísmo ha sido en México una cultura de invernadero, no porque su esencia nos sea ajena, sino por la falsa relación en que nos hemos puesto con la actualidad de ultramar. Debemos aceptar que nuestras perspectivas de cultura están encerradas dentro del marco europeo. Una cultura no se elige como la marca de un sombrero. Tenemos sangre europea, nuestra habla es europea, son también europeas nuestras costumbres, nuestra moral, y la totalidad de nuestros vicios y virtudes nos fueron legados por la raza española. Todas estas cosas forman nuestro destino y nos trazan inexorablemente la ruta.El positivismo fue incluido en los planes de educación mexicana con una intención antirreligiosa, y a raíz de su advenimiento, positivismo y liberalismo significaban la misma cosa. La doctrina en cuestión abunda ciertamente en puntos de vista favorables al propósito de los liberales; encontraban ahí un material que venía de molde para razonar sus negaciones, dándoles una apariencia científica y un prestigio de modernidad.En lo que toca a México, por más que las consecuencias del positivismo fuesen a la postre funestas para la cultura, en cierto momento fue esa doctrina un factor de liberación y progreso para una minoría directora. La arrancó del estancamiento escolástico de los seminarios e hizo posible renovar el aire viciado de las escuelas, abriendo sus puertas al estudio científico. Se explica el éxito del positivismo, que pronto se hizo popular porque respondía a una necesidad espiritual y social de México. Vivió casi siempre como una pasión negativa, contradiciendo su nombre de “positivismo”. Merece entonces ser considerada como un momento de la cultura criolla.Contra el positivismo inicia el Ateneo una campaña para renovar las bases filosóficas de la educación oficial. El espiritualismo de la raza rompe los prejuicios que lo tenían cohibido y emerge a la luz sin avergonzarse de su nombre. Los filósofos del Ateneo, Caso y Vasconcelos, informados del resurgimiento espiritualista europeo, se apoyan en sus más autorizados representantes –por ejemplo, en Bergson-para reproducir aquí el mismo movimiento de ideas. Convencidos de que la alta educación tiene que edificarse sobre una base filosófica. Caso inaugura en la Universidad la enseñanza de esa disciplina. En las actividades del espíritu, conocimiento, arte, filosofía, hace resaltar su sentido moral. Vasconcelos, en sus escritos, va más lejos sosteniendo un concepto místico de la vida en el que lo estético desempeña la función decisiva. En el dominio de las letras era preciso también moralizar a los escritores enseñándoles que, sin disciplina de cultura, la inspiración y aun el genio es estéril.La obra del Ateneo en su totalidad fue una sacudida que vino a interrumpir la calma soñolienta en el mundo intelectual de México. Propagó ideas nuevas, despertó curiosidades e inquietudes y amplificó la visión que aquí se tenía de los problemas de cultura.
EL “ABANDONO DE LA CULTURA” EN MÉXICO
La filosofía dominante en México al comenzar el siglo XX, es el positivismo, y a aunque fuera interpretado de modo distinto por el hombre de la masa o por el “científico”, era en el fondo la misma idea de la vida. Contra el utilitarismo y materialismo positivista, emprendió una
campaña el “Ateneo de la Juventud”, cuyos miembros eran lo más selecto de la élite mexicana. Trataban de renovar el ambiente intelectual, introduciendo una nueva filosofía espiritualista que rehabilitara los altos valores de la vida, muy rebajados en México por influencia del positivismo.La idea de Vascocelos era la educación elemental extensiva, que nadie, hasta entonces, había agitado con un sentido de justicia social. La obra apareció, pues, como una revolución en la enseñanza. Aparecen entonces la idea nacionalista, el interés por la enseñanza secundaria y técnica, cierto desdén por los estudios universitarios, primero, y después la idea de ponerlos al servicio del pueblo. La reforma en la enseñanza mexicana aparece como la expresión del empuje vital de un pueblo que quiere afirmar y justificar su existencia, y también como el reflejo que en el plano de la cultura ha proyectado una transformación social que ha colocado las masas en la delantera de la vida pública. Las masas representan dentro del cuerpo social el papel que tiene el instinto en el ser individual.Al principio de nuestro siglo en general entre los mexicanos un desdén marcado por todo lo propio, mientras que su interés se enfocaba hacia el extranjero, para buscar, sobre todo en Europa, modelos que dieran un sentido superior a su vida. Nadie emprendía una nueva obra sin antes enterarse de lo que se había hecho, en casos semejantes, por los europeos.Si la escuela sirve exclusivamente a la técnica material, quiere decir que prepara a los individuos para ser más fácilmente devorados por la civilización, y esto es un concepto monstruoso de la escuela. La educación debe concebirse, al contrario, como un esfuerzo de la vida misma que se defiende contra una civilización, la cual aparentemente prepara muy bien a los hombres para vivir, convirtiéndolos en autómatas perfectos, pero sin voluntad, ni inteligencia, ni sentimiento; es decir, sin alma.

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